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Una vez más la Argentina se encuentra en crisis. Nuestra sociedad atraviesa circunstancias alarmantes de público conocimiento como pocas veces se han registrado. Esta situación interesa a los psiquiatras por tres razones principales. La primera de ellas está ligada a la situación de la Salud Pública, a los recursos que se le asignan y a la repercusión que éstos tienen sobre las posibilidades de brindar la asistencia que merecen nuestros conciudadanos. En este rubro la situación alcanza ribetes alarmantes desde que contingentes cada vez mayores de personas con patologías graves quedan fuera de las posibilidades de atención, por sobrecarga de demanda en las instituciones públicas, por imposibilidad de hacerse cargo del costo de tratamientos indicados o, simplemente, por no tener los medios económicos para llegarse hasta los hospitales. En segundo lugar, la crisis actual también se manifiesta en la emergencia de patología generada por las condiciones económico-sociales que sufren los argentinos. Depresiones, cuadros de ansiedad, enfermedades psicosomáticas, descompensación de cuadros crónicos, violencia social y familiar constituyen el triste cortejo que la epidemiología puede registrar en estos tiempos de ajuste salvaje. Las penurias que se desprenden de estos hechos se acentúan aún más cuando se observan las datos correspondientes a grupos etarios de riesgo, como es el caso de las personas de la tercera edad o los niños y adolescentes. Por fin, las condiciones de trabajo de los especialistas se ven afectadas en extremo. Para aquellos que están en formación, es el desaliento de pensar que sus esfuerzos deben apoyarse sólo en su deseo de saber sin que el mismo se acompañe de la mínima seguridad necesaria para avizorar un futuro en el que una fuente de trabajo digna los aguarde. No cabe duda de que estudiar en esas condiciones se vuelve más difícil por las ansiedades y desesperanza que despierta el mañana. Para los que llevan años de práctica, la ya instalada inestabilidad de las fuentes de trabajo, sean éstas en el ámbito de los sistemas de pre-pago y obras sociales como en la práctica privada, está constantemente agravada por el incremento en los ritmos de prestaciones que deben proveer -cuando éstas existen- concomitantemente con la disminución del valor de las mismas; el resultado es una drástica disminución del salario real de los profesionales. Además la creciente centralización en los servicios gerenciados de salud constituye una barrera suplementaria para los especialistas de mayor edad lo cual ensombrece el porvenir laboral de los mismos, ya limitados en su capacidad de ahorro para proveer a su etapa jubilatoria. Este conjunto de condiciones sociales y económicas exige, desde el ámbito específico de la profesión, una reflexión y una respuesta de defensa gremial de nuestros derechos como trabajadores, en unión con todos los compatriotas afectados por políticas tan injustas como las que soportamos en nuestra sociedad.
Una y otra vez hemos alertado en anteriores editoriales sobre la explosiva situación que vivía nuestra sociedad. Desde nuestro último número de Vertex, aparecido en ese lejano diciembre de 2001 ha ocurrido mucho en la Argentina. De lo bueno y de lo malo. Vimos, con sorpresa algunos, con alivio otros, con la seguridad de quien lo estaba esperando los menos, cómo los argentinos se ponían de pie y salían a golpear sus cacerolas cuando escucharon las fatídicas, las impronunciables palabras: “Estado de sitio”. Fue una marea humana la de aquellos días. Y, a pesar, de la caótica situación social y la movilización general, todo se desarrolló defendiendo los límites del Estado democrático y obligando a encontrar soluciones en el marco de sus instituciones. Los argentinos salían a la calle y volvían a sus hogares al ritmo de los cambios institucionales como si una inmensa asamblea plebiscitara sus propuestas en un latido de participación social y política sin precedentes en nuestra historia. Y ese proceso sigue, con altos y bajos, pero sigue. Eso fue lo bueno. Pero la violenta partera de la historia decidió aconsejar a los autoritarios de siempre, y a los privilegiados que se esconden detrás de ellos, que no dejaran pasar las cosas así, que era un mal ejemplo para el futuro, que no debíamos acostumbrarnos gratuitamente a decidir con libertad y a imponer esa decisión a los poderosos. Y, entonces, vinieron los caballos y los gases y las balas de goma y de las otras... y más de treinta jóvenes argentinos qued a ron mirando, con sus ojos todavía llenos de esperanza, un cielo que se averg o nzó por tanta brutalidad. Eso fue lo malo. Como es mala la penuria que atraviesan nuestros desocupados, la de los miles de conciudadanos sumidos en la pobreza extrema, la de los que penan por los hospitales en busca de ayuda y medicamentos que escasean o no pueden comprar, la del hambre y los cere b ros que no maduran bien hipotecando el futuro de sus portadores y de todos nosotros. Quisiéramos que este número de Ve rtex vaya en homenaje a todos ellos. Un número particular, realizado con el esfuerzo de un equipo que no ceja en el empeño de dar a los psiquiatras argentinos un ámbito para la publicación de su producción científica con la mayor calidad. Un ámbito de gente que, como los suscriptores que nos acompañan indefectiblemente, cree en nuestra comunidad profesional y en nuestro país y está persuadido de que es posible aprender, curar, trabajar y vivir en esta tierra. Un grupo que ha puesto sobre sus espaldas la tarea de hacer circ ular la producción de los psiquiatras argentinos entre sí y en el exterior por vía de las bases de datos internacionales en cuya conquista pusimos tanto esfuerzo a lo largo de años. Este número de Ve rtex tiene un paisaje gráfico particular. Recorriendo sus páginas se verá la presencia solidaria de quienes han apoyado su edición en tiempos borrascosos.
En la Argentina vivimos tiempos
duros. De tanto repetir ese lugar común nos estamos acostumbrando.
Quizás el que alcancemos por agotamiento ese nivel de pasividad
está en los cálculos de los responsables del desastre. Sin
embargo, es necesario mantener vivo el espíritu de crítica
activa y no resignarse a un destino miserable. Las explicaciones de lo
que nos pasa oscilan desde la culpabilización de nuestro ser nacional:
incapaz, impreviso r, aprovechado (¿Se recuerdan del argumento de
la indolencia del gaucho en contraposición a las industriosas clases
inmigrantes europeas?), hasta la perversidad de las confabulaciones internacionales
para hundirnos. Entre las numerosas falacias que esconden esos reduccionismos
simplistas hay una que cabe señalar especialmente: todos somos responsables
en igual medida de la tragedia. Y no es así. No tiene la misma responsabilidad
esa minoría formada por quienes ocupan los lugares dirigentes en
la sociedad que la inmensa mayoría de los que ponen el lomo para
trabajar. En esta aparente debacle colectiva hay ganadores y perd e dores.
Hay quienes adentro y afuera del país, haciendo gala de una insensibilidad
extraordinaria , abren sus bolsas, ávidas de dinero y poder, para
guardar todo lo que le es arrancado a otros. Siempre fue así, se
dirá. Y es cierto. Pero la medida planetaria y la ferocidad con
la que ese fenómeno se constata en el presente no tiene parangón
en la historia. Cuando la cantidad pasa de ciertos límites se produce
un cambio en la calidad de las cosas.
Y esta expoliación
vale tanto, aunque en proporciones diferentes, para nuestros desocupados
de la Matanza como para los plomeros norteamericanos. Es que la forma en
que está organizada la producción humana ha llegado a un
punto terminal. Podrá durar, quizás, pero será a expensas
de mucha violencia y los beneficiarios del saqueo de la esperanza ajena
no podrán gozar de sus prebendas sino es escondidos detrás
de sus guardaespaldas; presos y sin ninguna legitimidad social y política.
Muchas veces hemos exhortado desde nuestros Editoriales a pensarnos y a
actuar como psiquiatras-ciudadanos.
Esto quiere decir, aproximarnos
al sufrimiento biológico y subjetivo de nuestros pacientes sin olvidar
la dimensión social de su existencia... y de la nuestra.
Los tiempos que corren imprimen
una particular necesidad de profundizar esa perspectiva: no debemos delegar
mansamente ninguna capacidad de decisión sino exigir más
que nunca que nuestra sociedad se rija por los principios de justicia y
equidad que le pertenecen por derecho propio; no debemos renunciar al principio
de que la salud sea entendida y respetada como un bien social; no debemos
aceptar que el trabajo del personal de salud carezca de las condiciones
dignas acordes con las pesadas responsabilidades que asume ante la comunidad;
no debemos cesar de plantear que se tomen las medidas necesarias para que
nuestros jóvenes profesionales encuentren las oportunidades que
conquistaron con el esfuerzo dedicado a su formación; no debemos
renunciar a nuestras aspiraciones de estudiar, investigar, publicar y atender
a nuestros pacientes con los mejores recursos. Ningún cansancio
puede doblegar esos reclamos. No debe existir ningún acostumbramiento
que domestique nuestra lucidez cuando se trata de luchar por la vida. No
nos cansaremos de decirlo y de hacer lo necesario para lograr ese objetivo.
Estamos con nuestros lectores, venciendo mil dificultades pero estamos,
y estaremos con la regularidad habitual. Vertex es también, un aporte
a esa tarea común.