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EXTRAITS DU LIVRE: "Produciendo realidad: las empresas comunitarias", ed. Topía.





Buenos Aires-Argentina, 12 Noviembre 2002

DESDE LA CARNE SE ESCRIBEN LOS TEXTOS DEL SUFRIMIENTO, LA RESISTENCIA Y LA LUCHA

Tres discursos para un nuevo sujeto político

En la actual situación argentina, según el autor de este ensayo, circulan tres discursos contestatarios: el del sufrimiento, el de la resistencia y el de la lucha. Y este último, asumido por los trabajadores que se hacen cargo de fábricas, llevaría en sí la marca del movimiento feminista: por la horizontalidad de su conducción y por la heterogeneidad de su composición.

Por Juan Carlos Volnovich *

Llámese calamidad histórica, tragedia social, hecatombe, crisis o catástrofe, la situación actual de nuestro país, producto de la política norteamericana para la región, es al mismo tiempo contexto que nos incluye y texto que, al atravesarnos, nos constituye. Ante el contexto que se hace carne en la subjetividad, son tres los discursos que circulan: el discurso del sufrimiento, el de la resistencia y el de la lucha.
El discurso del sufrimiento describe las infinitas maneras de padecer las penurias económicas y la miseria cultural que el capitalismo de nuestros días impone. Intenta definir los parámetros que puedan medir el “dolor país”, el desgarramiento interior, la devastación cotidiana: el discurso del sufrimiento ilumina acerca de cómo impacta en mujeres y varones, cómo las niñas y los niños, cómo los adolescentes son afectados por la exclusión social, el desempleo, la falta de equidad en la distribución de bienes simbólicos y materiales, la sanción y convalidación de una temporalidad sin futuro. De manera magistral, Silvia Bleichmar (Dolor-país) ahondó en el discurso del sufrimiento. En su momento, por mi parte, recordé cómo desde el nacimiento en adelante la relación del sujeto con la política transita por las marcas que ha dejado en el inconsciente la relación con el gran Otro. Recordé, entonces, que la constitución de la subjetividad se erige sobre la herida que dejó abierta el desamparo original del bebé frente a la mamá o a los adultos responsables de la vida o de la muerte y que la situación de extrema indefensión social, la experiencia de inermidad por la que transitamos, no hace otra cosa que reabrir la marca que el Otro grabó en nosotros y que, de esta manera, nos predispone, nuevamente, para quedar subordinados al Poder.
Poder que exige sacrificios y que, además, busca el consenso, y lo encuentra. Porque el sistema actual, de miseria y exclusión de grandes mayorías junto al enriquecimiento desmesurado de unos pocos, se impuso con un alto grado de consenso. Triste es reconocerlo pero, capturada por el discurso del Poder, casi toda la sociedad colaboró para sostenerlo. Más o menos, a regañadientes o complacientes, queriendo o sin querer, casi todos contribuimos a reforzar la omnipotencia del Poder. Y el Poder triunfó promoviendo la identificación que liga el deseo a las representaciones mortíferas que el mismo Poder ofrece.
El discurso de la resistencia hace virtud en resaltar la construcción de novedosas formas para enfrentar la política de arrasamiento y exterminio delineada por los centros capitalistas. Y allí va la apasionada apología a los cacerolazos, la admiración que despiertan las asambleas populares autoconvocadas, el respeto que suscitan las agrupaciones de vecinos, la tolerancia al ejército de cartoneros que invaden cada día la ciudad, la utilización de los planes Trabajar y del Programa para Jefas y Jefes de Hogar Desocupados que eluden exitosamente la trampa tendida por el clientelismo político, la red del trueque y, por supuesto, la obligada referencia a la gesta del movimiento piquetero.
Este discurso apela a la construcción, a la reconstrucción de lazos sociales y exalta el insoslayable mérito de una trama urbana basada en redes solidarias y creativas. Registro de la originalidad con que varones y mujeres aceptamos el desafío de sobrevivir a despecho de los que están convencidos de que sobramos, el discurso de la resistencia pone el foco en las ingeniosas formas de gerenciar la miseria que nos queda, en las propuestas alternativas para administrar la decadencia. En última instancia, reivindica el legítimo derecho que tenemos a permanecer en función de lo que alguna vez fuimos y reclama para nosotros algo más que el lugar de guardianes de un museo; algo más que el papel de custodios de las ruinas que perduran para dar testimonio de una pasada “época de gloria”. Con un texto fundante, El mar en una botella (ed. Campo Grupal), Laura Rivera, Sandra Borakievich y Ana Fernández contribuyeron generosamente al discurso de la resistencia.
Ahora, elijo dedicarme al discurso de la lucha. Voy a aludir a los esfuerzos que realizan varones y mujeres para incorporarse de manera novedosa a la producción. También a los obstáculos e interdicciones que tienden a neutralizar la eficacia de esa incorporación y a las infinitas maneras con que el sistema de dominio captura toda iniciativa destinada a cuestionarlo transformando en pura repetición lo que surge como innovación.
En la actualidad, la metodología adoptada por el movimiento piquetero, por las asambleas autoconvocadas, por las cooperativas obreras que asumen la dirección de fábricas “quebradas” y por las diferentes organizaciones de desocupados llevan la marca del feminismo y del Movimiento de Mujeres. Ejemplo de una clara transferencia de tecnología, la práctica política del movimiento de mujeres y del feminismo está influyendo significativamente en la construcción de prácticas políticas anticapitalistas a partir de conceptos y criterios propios. A saber:
1. La horizontalidad que reemplaza la verticalidad jerárquica en la conducción y elaboración de proyectos empresariales y políticos.
2. La heterogeneidad de quienes componen el movimiento obrero y el cuerpo asambleario, consigna inclaudicable del Movimiento de Mujeres.
3. La posición crítica a la teoría de la representación.
4. La autonomía con autogestión. Es decir, la autoridad de cada grupo para definir los problemas propios, la necesidad de registrar los recursos con que cuentan para construir dispositivos autónomos con plena participación de los protagonistas y que, sin dejar de reclamar las responsabilidades que le corresponden, se resistan a delegar en el Estado la adopción de medidas que den respuesta a las necesidades de la población.
A la vez, la lucha de las mujeres contra los efectos más dañinos del patriarcado no puede darse sin involucrar la lucha contra los efectos más dañinos del capitalismo. Para las mujeres, la toma de conciencia de su condición de expropiadas que hoy, corralito mediante y neoliberalismo triunfante, compartimos todos, es la base que soporta los esfuerzos por reemplazar la actual por una organización social no capitalista. Tengo la impresión de que la práctica política de nuestros días intervino de manera definitiva para actualizar la vigencia del feminismo socialista que muy a la ligera descartamos allá por los 80.
Y aquí aparece eso que Deborah King (Multiple Jeopardy, Multiple Consciousness, Signs 14. Nº 1, 1988) ha llamado el riesgo múltiple. Las múltiples formas de subordinación que soportan las mujeres por villeras, por pobres, por lesbianas, por bolivianas, por putas, por obreras, las encuentra afiliadas a más de un movimiento social a la vez: eso supone todo un juego de fidelidades y de traiciones cruzadas entre la lealtad a su género y la lealtad a su clase social y a su partido político.
El discurso del sufrimiento, ineludible y necesario como es, corre el riesgo de llevar agua para el molino de la victimización y el masoquismo, tan caro a una representación ideológica de la feminidad. El discurso de la resistencia, deseable e inevitable como es, corre el riesgo de contribuir a la hipóstasis de la permanencia, a la idealización del durar, a la exaltación paliativa más como fin en sí mismo que como un medio para lograr cambios revolucionarios. Ambos discursos, el del sufrimiento y el de la resistencia, pueden tener efectos desmovilizantes y reaccionarios frente a los cambios que se avecinan. Aspiro a que el discurso de la lucha comparta desde un sitial de privilegio su lugar con el discurso del sufrimiento y con el discurso de la resistencia.

* Psicoanalista. Este texto forma parte del libro Produciendo realidad: las empresas comunitarias (Grissinópoli, Brukman, Zanon, Río Turbio y Gral. Mosconi), Enrique Carpintero y Mario Hernández (comps.), ed. Topía.

LA APARICION DE NUEVAS FORMAS DE IDENTIDAD COLECTIVA

Triunfo de las pasiones alegres

Por Enrique Carpintero *

La precariedad del trabajo y la fragilidad de los soportes de protección social traen como consecuencia la sensación de inestabilidad y vulnerabilidad social, ya que el trabajo es más que el trabajo y por lo tanto la desocupación no es solamente la falta de empleo. Sus efectos negativos, al producir una exclusión, llevan a un proceso de desubjetivación cuyo resultado es impedir las necesarias identificaciones para vivir en sociedad. Es que la exclusión no equivale solamente a una ausencia de vínculos sino también a la ausencia de una inscripción del sujeto en una estructura dadora de sentido. Esto amenaza la cohesión de una comunidad generando fragmentación social.
Pero esta situación no es una “falla” del sistema sino el resultado del capitalismo actual, que necesita para su reproducción mundializada un control basado en la exclusión de amplios sectores de la población y la incertidumbre de aquellos que tienen trabajo. Más que abolir las reglas del pasado, el nuevo orden mundial implementa nuevos controles. Así, crea un conflicto entre la subjetividad y la experiencia. La experiencia está desarticulada de una subjetividad que no encuentra identificación en una narración duradera. La inestabilidad forma parte de nuestra cultura (también en los países “desarrollados”, como lo describe Richard Sennett en La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo, ed. Anagrama). Por ello, el poder no procura crear nuevas formas de cohesión social, sino hacer de la fragmentación una forma de vida aceptable. Su objetivo es conformarnos a la incertidumbre; a que nuestra existencia dependa de una lotería donde siempre gana la banca.
Sin embargo, el capitalismo crea sus propias contradicciones. Una consecuencia de esta política es el refuerzo del sentimiento de comunidad. La incertidumbre, el aislamiento, la desidentificación, han traído como resultado la búsqueda de un “nosotros” como autoprotección: una identidad que permita soportar el vacío que el poder le reserva a la mayoría de la población. Muestras de esto son las organizaciones piqueteras, las asambleas vecinales, las organizaciones sociales de solidaridad, las empresas comunitarias.
Aquí encontramos la reconstitución de las identidades colectivas: de clase, de género y de generación. La calle se ha transformado en un lugar de socialización donde son arrojados los que quedan fuera del sistema. Allí aparecen formas de identificación donde el “piquetero” encuentra un lugar como obrero desocupado y las clases medias desarrollan nuevos espacios de solidaridad.
Un caso paradigmático son las empresas comunitarias administradas por sus obreros. Los dueños han abandonado edificios y máquinas, dejando a sus empleados en la más absoluta indefensión. La opción es hacerlas funcionar o quedar sin trabajo o, peor, sin posibilidad de conseguir trabajo. El resultado es la toma de conciencia de que pueden poner en funcionamiento la empresa sin sus dueños. En este proceso, la subjetividad encuentra una experiencia que produce realidad: se apropian de su trabajo, afirmando su potencia como colectivo social. Pero esta posibilidad solamente puede ser efectiva en la medida que establezcan una red de solidaridad con otros sectores sociales y políticos. Por ello, estas empresas se transforman en un espacio social que crea com unidad, al funcionar con asambleas vecinales, grupos de trabajadores ocupados y desocupados, centros culturales, redes barriales y organizaciones políticas. A la fragmentación que propone el poder se le opone un “nosotros”, sostenido –al decir de Baruj Spinoza– en el triunfo de las pasiones alegres: la solidaridad, el encuentro con el otro. Lo cual nos lleva a que este “nosotros” no se quede en un instituido a la espera de algún acontecimiento, sino que pueda constituirse en una organización cuyo objetivo sea lograr una democraciade la alegría de lo necesario: una democracia basada en una distribución equitativa de los bienes materiales y no materiales.

* Psicoanalista. Director de la revista Topía. Este texto forma parte del libro Produciendo realidad: las empresas comunitarias, que será presentado en el Congreso Internacional de Salud Mental y Derechos Humanos, organizado por Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo del 14 al 17 de noviembre.